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Las Mujeres en Nuestra Historia

Heroínas, Matronas y Troperas.

La heroína patriota, modelo discreto de virtud.

Pintura de Luisa Cáceres de Arismendi
Luisa Cáceres de Arismendi
Cuando nos referimos a las mujeres de la Guerra de Independencia de Venezuela, aparece la inmediata asociación a la noble imagen de Luisa Cáceres de Arismendi. En el espíritu de la nación venezolana, ella es el símbolo de la mujer patriota que estoicamente sobrevivió a los terribles eventos de la guerra. De familia de estirpe independentista, casada con el coronel Juan Bautista Arismendi, permanece en la memoria nacional como la mujer firme en sus principios morales, que sufre maltrato, cárcel y exilio por no traicionar a su esposo y a su patria.

Desde la fundación de la República, como parte del proyecto social de la élite criolla, la historia cumplió una función modélica muy importante. De manera especial, la biografía resaltó las hazañas extraordinarias de héroes de la causa emancipadora, ejemplos para las nuevas generaciones. Hacía falta una heroína de la gesta independentista en el altar de los próceres: Luisa Cáceres de Arismendi fue la elegida para ingresar en el Panteón Nacional.


En el año 2002 ingresaron simbólicamente los restos de Josefa Camejo al mismo recinto. Mariano de Briceño, biógrafo de Luisa Cáceres de Arismendi, además de yerno suyo, la describe como “una mujer bella que armada tan sólo de piedad, sabe resistir con admirable fortaleza tormentos inauditos por su amor a su esposo y a la patria”. Su heroísmo es azaroso pero discreto y no perturba el modelo que la élite dirigente de la República propone con su discurso grandilocuente. Su actuación y su condición de joven virtuosa, blanca y hermosa, esposa de un prohombre de la gesta de Independencia, cumplen cabalmente con los roles “femeninos” y los estereotipos vigentes sobre “ser mujer” impuestos por la sociedad patriarcal.

Mujeres que fueron mucho más allá del rol de esposas y amantes, hermanas o madres de los próceres, demostraron valentía y conciencia social ante las circunstancias de un país en guerra por su independencia. He aquí las heroínas de nuestra historia patria.



En su recorrido, pardas, mulatas, zambas, participaron como troperas en el campo de batalla. alimentaban, vestían y auxiliaban a las tropas, a la par que luchaban a mano armada defendiendo la causa en la que creían.

Mujeres que no encajan en este molde decimonónico.

Sin embargo, existen numerosos testimonios de mujeres que no encajan en este molde decimonónico y que hoy plantean la urgencia de reescribir la historia considerando su participación y compromiso diferenciado, según sea su condición social, económica, étnica, su cultura y región de procedencia. Ciertamente la guerra fue devastadora, y aunque las mujeres estaban excluidas de participar en los asuntos públicos, como la política y la guerra, no se mantuvieron al margen del impacto profundo que sacudió la sociedad y que llevó finalmente a la transformación del sistema monárquico en republicano.

Sabemos que hubo mujeres conspiradoras, estrategas, guerreras, financistas, espías; mujeres que escribieron cartas expresando sus posiciones políticas, bien sea del bando realista o patriota; otras que participaron en la Sociedad Patriótica; pardas, mulatas, zambas que participaron como troperas en los campos de batalla, que formaron baterías de mujeres en las ciudades sitiadas o en las batallas, miles de mujeres anónimas que fueron parte de esa fuerza movilizada del pueblo contra la opresión realista, o que actuaron en el bando contrario.




LAS MUJERES SIEMPRE ADELANTE
A. Alexander (1820).
Arrasábamos cuanto encontrábamos a nuestro paso, derribando e incendiando toda casa, arreando los inmensos rebaños que encontrábamos, y los habitantes, y quemando incluso la yerba para detener a los españoles en su persecución. La angustiosa escena es indescriptible: mulas y asnos avanzando junto con cochinos, gallinas, y los niños atados en cueros de res sobre el mismo animal, mulas, y caballos con dos o tres personas montadas, las mujeres siempre adelante con uno o dos hombres atrás; mujeres trapeadas como hombres, con sus musculosas piernas y rostros atezados, luciendo un sombrero, camisa y pantalones de hombre, cortados a la altura de las rodillas; en realidad los habitantes de toda edad, sexo y color rodaban delante de nosotros en una masa, las mujeres de los soldados negros e indios cabalgando y caminando entre los hombres. La confusión y variedad de lenguaje entre ellos, me hizo pensar en la dispersión en Babel.
Inés Quintero. Mirar tras la ventana. Caracas, Alter Libris-UCV, 1998. Pp. 48-49.


Resignificación de la mujer en la historia.

Es sobre todo desde hace dos décadas cuando empieza a abordarse el tema de las mujeres en la Guerra de Independencia considerando su presencia y actuación en la sociedad, hasta hace poco invisibles e irrelevantes para una historiografía orientada por grandes hazañas y eventos político-militares. Hoy corresponde resignificar sus protagonismos, que fueron mucho más allá del rol de esposas y amantes, hermanas o madres de los próceres, pero que probablemente no representaron los ejemplos moralizantes adecuados para la juventud de la República. 

Algunas mujeres empiezan a pasar a la historia precisamente por subvertir los espacios, las actividades, las leyes a las que fueron confinadas. Entre las mujeres que no calzan en el modelo por agresivas, combativas o indecorosas en su actuación, o por lo que les tocó vivir, reconocemos entre otras muchas a Joaquina Sánchez, quien luego de la prisión y asesinato de su esposo José María España, líder en las primeras luchas independentistas, intentó levantar la peonada contra las autoridades españolas, motivo por el cual fue presa y torturada durante 8 años. Sabemos de mártires que por su fervor patriótico fueron torturadas, vejadas, azotadas ante el público, como la zuliana Ana María Campos, las cumanesas Leonor Guerra y doña Mariquita Figuera; la barinesa Teresa Heredia sufrió un castigo muy extendido entre las insurrectas, le cortaron al rape el cabello, la pasearon desnuda por las calles, con su cuerpo enmielado y cubierto de plumas de gallina; Eulalia de Chamberlain, como otras barcelonesas durante el sitio de Barcelona en 1817, dio su vida por defender
su honor y su patria. La historia hizo apología de las mártires e invisibilizó tras las reglas del pudor la violencia contra el cuerpo de las mujeres en la guerra.

La historia, cuando se refirió a las matronas financistas de la causa independentista, destacó las cualidades consideradas femeninas como el desprendimiento, la generosidad, la fidelidad a la causa patriota; pero además estas mujeres demostraron arrojo, poder de mando, capacidad para administrar recursos, entereza. Concepción Mariño, la hermana de Santiago Mariño, es una figura emblemática: financió armas, buques, incluso introdujo junto con sus esclavos armas de contrabando desde Trinidad hasta Tierra Firme, lo que le ocasionó un juicio; se la menciona como “magnánima señora” en el Acta firmada en su hacienda de Paria, donde se declara el inicio a la campaña libertadora de oriente.

Sabemos de Josefa Camejo, quien trascendió el rol femenino establecido por su espíritu de líder y su combativa actuación durante la guerra: en sus años juveniles participó en reuniones de la Sociedad Patriótica; conjuntamente con damas del patriciado barinés firmó un documento político ofreciendo sus servicios a la patria y exhortando a que se tomara en cuenta a las mujeres; durante su recorrido hasta Nueva Granada, participó en varios combates en calidad de enfermera; luego, cuando retornó a Coro, llegó a dirigir como capitana una escolta y liderizó la resistencia coriana; fue esposa de un prócer, el coronel Nepomuceno Méndez, y madre; incluso se casó en segundas nupcias en 1840. Sabemos de Dominga Ortiz, la esposa de José Antonio Páez, llamada la primera enfermera del ejército patriota; fiel acompañante de su marido, como muchas mujeres, parió y crió a sus hijos en medio de la guerra; cuando Páez, ya como Primer Mandatario de la República, vive en concubinato con Barbarita Nieves, desde la sombra Dominga Ortiz defendió su patrimonio como hacendada y enfrentó su existencia con dignidad y entereza. 

Aunque la historia independentista se refiere exclusivamente a las heroínas que lucharon por la causa patriótica, hubo mujeres como María Antonia Bolívar y Palacios, hermana mayor del Libertador, que tomaron partido en defensa del orden monárquico, manifestaron resueltamente defenderlo, sufrieron exilio forzoso y otras penalidades, como tantas otras mujeres realistas y patriotas. María Antonia Bolívar escondió a españoles y canarios en tiempos de la Guerra a Muerte (1813-1820), incluso le escribió al rey de España para ratificar su posición política contraria a la de su hermano. De regreso a la patria luego del exilio se encargó de administrar las posesiones que le quedaron a la familia Bolívar.




JOSEFA CAMEJO Y EULALIA RAMOS DE CHAMBERLAIN. Sus protagonismos fueron mucho más allá del rol de esposas y amantes, hermanas o madres de los próceres. Estas mujeres empiezan a pasar a la historia precisamente por subvertir los espacios a los que fueron confinadas.

La huella por recobrar de las mujeres del pueblo.

Más difícil ha resultado captar la huella de la actuación de las mujeres del pueblo excluidas de la historia. Aparecen pocos nombres para representar en la memoria nacional la presencia de parte de la masa anónima movilizada en la guerra, integrada por pardas, negras, indias que dieron su vida o participaron en las luchas independentistas.

Conocemos a Cira Tremaria, madre de un negro patriota, quien al recibir la noticia de la muerte de su hijo, le dijo a Piar: 

Denme el fusil de mi hijo para ocupar su sitio en las filas libertadoras y seguir peleando

 Sabemos de Juana Ramírez, una esclava liberta, lavandera, que en 1813, cuando Monteverde atacó la ciudad de Maturín, junto con otras mujeres del pueblo conformó un batallón tonel llamado “batería de mujeres”. Por ir de primera en las filas contra el enemigo en el campo de batalla, se le llamó “La Avanzadora”.

Muchas mujeres se unieron a la tropa acompañando a sus hombres para no quedarse desamparadas en sus hogares o para ir tras el sueño de un futuro mejor, como las esclavas que se iban para lograr su libertad. En su recorrido, las mujeres alimentaban, vestían y auxiliaban a las tropas, como enfermeras y curanderas, en marchas y campamentos; iban con sus niños enfrentando las penalidades de la guerra, las enfermedades, la escasez de alimentos, llevando los víveres al hombro y en sus espaldas, cocinando, infundiendo el ánimo y el valor para avanzar.



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LA BATERÍA DE LAS MUJERES VIEJAS
Anónimo (1828)

En tiempos de guerra, cuando se avista una vela desde el fuerte, se disparan tres tiros de cañón. Aquella convenida señal reúne como por ensalmo a todos los habitantes de la isla, sin distinción de clases, edades o sexos; todos se aprestan inmediatamente a su defensa. Es de advertir que aquí las
mujeres comparten con los hombres los azares de las guerras, las fatigas de las campañas. Durante el intento de la toma de la isla por Morillo, estas valientes amazonas, bajo las órdenes del general Gómez, se adiestraron en la carga de los cañones y llegaron a hacerlo con tal rapidez y pericia que reemplazan eficientemente a los mejores artilleros. Una noche, durante la amenaza de
un ataque español, estas bravas hembras, mientras los hombres permanecían a la brecha, acarrearon todo el material necesario para empalmar una batería de 24, batería que más tarde construyeron con sus propias manos, sin ayuda de los varones. Aquella febril y general actividad en los preparativos intimidó a los españoles, ya bastante escarmentados por derrotas anteriores.
Esta batería aún permanece en pie y se conoce por el nombre de “La batería de las mujeres viejas”.
Inés Quintero. Mirar tras la ventana. Caracas, Alter Libris-UCV, 1998. Pp. 29-30.
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La vuelta al hogar, fundamento de la paz y la civilidad

¿Qué sucedió con las mujeres una vez finalizada la guerra? Las consecuencias de la guerra para las mujeres es un tema pendiente por abordar. Cuando fue necesario volver para levantar los muros de la naciente república, las mujeres regresaron al hogar, a cumplir sus funciones de madres prolíficas, y esposas, quizás con el ánimo fortalecido por su papel desempeñado, pero sin ningún derecho político: Luisa Cáceres de Arismendi se dedicó al cuidado de sus 14 hijos; Josefa Camejo vivió en Coro alejada de los asuntos públicos; Concepción Mariño se mantuvo recluida en sus posesiones orientales hasta que murió; Juana Ramírez tuvo 5 hijas y se dedicó a la agricultura.

El tiempo corto de la guerra alteró un orden de siglos, pero no llegó a destruirlo, sobre todo en las pequeñas formas cotidianas de la sociedad, en las costumbres incardinadas por tres siglos de vida colonial, con sus mandatos y preceptos patriarcales consagrados en la moral cristiana y en las disposiciones jurídicas que confinaban a la mujer a su rol de madre y esposa, modelo de virtud. También tuvo peso la idea de que la construcción del hogar era el pilar fundamental para la consolidación del Estado y, por lo tanto, la familia era la garantía de la paz y de la civilidad. Eso explica las razones y condiciones creadas para que las mujeres no protestaran ni se resistieran a este mandato de vuelta al hogar.

La guerra fue la parte conflictiva de la política, que era y siguió siendo un asunto de los hombres. La guerra extremó las tareas de supervivencia y, como socialmente a las mujeres se les atribuyó el cuidado del vivir cotidiano, ellas se enfrentaron arduamente a esa tarea. Dieron un sentido de lucha y de contestación cuyo aporte y actuación en la construcción de la nación apenas empieza a reconocerse.


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TEXTO: PATRICIA PROTZEL


PARA SEGUIR LEYENDO...
  • Mariano de Briceño: Historia de la Isla de Margarita. Caracas, Ministerio de  Educación, 1970.
  • Inés Quintero (Coord.): Las mujeres de Venezuela. Historia Mínima. Caracas, Fundación de los Trabajadores Petroleros y Petroquímicos de Venezuela, 2003.
  • Ermila Troconis de Veracoechea. Indias, esclavas, mantuanas y primeras damas. Caracas, Alfadil/Trópicos, Academia Nacional de la Historia, 1990.
  • Diccionario de Historia de Venezuela. Caracas, Fundación Polar, 1997.

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